Dos cajas, ahí nos quedamos

En la noche de diamantina, cuando es un suplicio pequeño llegar al agua mineral sin frío para brindar, me doy cuenta que ellas dos, brillantes, reproducen el sigilo y la tranquilidad polvorienta de esa baulera que dejé hace tanto tiempo. Una es fresca, con ropa muy usada por la misma persona que se desgaja en hilos grises y sonrisas, tratando de escaparse de un vínculo para terminar en la mesa de un restorán empezando el próximo, arriba de un auto, en el patio de las flores y las señoras que lo miran llevarse el mundo al hombro de sus palabras. El padre de su primera enamorada, además, alrevés del himno que entonábamos en la parte de atrás del escarabajo, lo prefiere. La otra caja, lamentablemente católica, con las rodillas sin tocar del todo, charlotiada, con bancos de plaza y miraditas que reducen esos otros vínculos a gestos, traiciones, todo eso por decir, y dicho como absoluto, imbatible. El amor, entonces, puede venir primero. El orden, después. Quizá, si llegan, tomemos gin en vaso largo, para dejar el agua enfriar en la cocina.

3 comentarios:

marina dijo...

ellas... dos cajas... ah...

Anónimo dijo...

que tul. estoy en un pub indio. y vos?

GB dijo...

Odio el amor

D-Boyz