Amor certinho

Después del silencio, está él. Cuando apretás botones y girás perillas para que otros bailen, y la noche agitada y pública de una casa repleta termina en un departamento chiquito y privado sobre la avenida u know what, el sonido espeso permanece. La única solución es desempolvar el disco que la EMI armó con torpeza para destrozar el orden de esos tres elepé que llegaron un tiempo después de la revelación. El caballero vive sobre los altos de ese edificio que fui a ver, con sigilo, en Leblon: pide comida a un mozo que no le conoce la cara hace diez años pero sí la voz. Sale con alguna amiga a tocar la guitarra de madrugada en playas muy lejanas. Llama por teléfono para hablar, sobre esa selección ahora triste, durante ocho horas sin apoyar el auricular de vuelta en el aparato. A veces va a un estudio, graba, y corrige alguna nota tres o cuatro jornadas porque no le termina de gustar. Las canciones nunca son nuevas, de autores contemporáneos, y la mayoría ya las registró. En vivo la sutileza triunfa, pero hay noches mejores o shows que suspende por el color de alguna media. Claro que todos nos vamos a acordar del último, sentados en las mesas, desafinando con desconocidos "que chocaban las joyas" de las aguas de marzo larguísimas. Me doy cuenta ahora que cumplió setenta y cinco. Brindemos.

1 comentario:

marina dijo...

dónde terminaste, fede? yo creí que todo se había acabado cuando me fui yo...