Meteoro

El agua se vuelve espesa, un poco más todavía que la espera. Cinco sillas diferentes en tantos cafés durante dos días, cuando el mundo sabe que no me gusta: ansiedad del "ex" insomne. Recurro al chocolate, al té, submarino, también a ese que nunca falta. Jugo de naranja con un solo hielo. El asunto es el espacio, salir de una oficina y entrar a uno de estos dicroico & helechos, algún intermedio con algo de madera. Antes un encuentro frágil con esa chica que ahora volvió con el doble de canciones. Termina el último segundo y contra la frente del lugar donde el mismo día, la semana anterior, olvidé un montón de objetos valiosos y ajenos y propios, aparece Diego que me obliga a entrar a otra cafetería. Mejor, entonces, despliega sus sabidurías y nos volvemos transparentes en esa historia de ser los "buenos" frente a la alta moral con que observábamos al que trabaja el misterio: recuperamos veinticinco años después la picardía que es, mejor, sagacidad. Y las fotos nos traen de vuelta a la tierra para mostrarnos que, aunque la luz desaparece cuando toca el horizonte, todavía podemos convertirnos en meteoros.

Guarniciones

En el medio de la dura batalla sin razones ni futuros, la pregunta es por qué veinticuatro años después despedazan al Líbano de nuevo. La guarnición para guarecerse, el escape transfrontera y la armada mecanizada ya sin nombre: me acuerdo cuando el diario gorilista con el que aprendí a leer hablaba del "ejercito judío", debía ser ese mismo, con letras espaciadas. Gustavo ahora Turner comenta desde el calor de masachuset que por allí los estudiantes juegan a Beirut, una competencia boba para tragarse mas cerveza ubicando pelotas de pin pon en vasos llenos. La referencia es, entonces, traída desde el reaganismo. Acá en el centro hoy almorcé dos guarniciones, puré y espinacas, mientras leía todos los reportes sobre el asunto que en la semana no había podido atravesar. La música, como siempre, está en los cables. De noticias.

La ciencia del sueño

Cuando tengas que despertar temprano, vas a dormir bien, en hora. Nunca sospeché la menor certeza en esas palabras que escuché durante largo tiempo. Igualmente me pedían que me sentara bien y hasta hoy estiro todo el cuerpo hasta que me doy cuenta y rebobino incorporando el respaldo a la posición. El ritmo alocado del día trae sus conjuros, por supuesto, aunque el centro (otro mundo del otro lado de la avenida ancha) sea menos familiar y más tropical, repleto. Dormí, un poco más, que otros también lo intentan. Días de traslados y carpetas, con la birome en la mano intentando descifrar mi letra, un bolso cruzado, jugos de naranja fríos, ese chau que todavía resuena, aros de cebolla y de mostaza, una canción perfecta y tan española como la guerra de hace setenta años, fotos allá donde todo empezó y tu voz uhhhhh tiritando ¿dónde? ¿en el "contestador"?

En un desierto de gente

Se fue tirando como de una regadera al borde del camino arado alrededor de una casa, inflaba cada sonido, una preparación posible para la frase que venía. Dije todo, ufff, tanto tiempo guardando y planqueando (planteo+blanqueo) y ahora la cama elástica de mandar todo junto y planear, al fin, una despedida sin charla ni mensaje ni llamado: el sonido del chau. Se cae entero el peso de una cama de hierro llena de preguntas, esperanza abierta sobre el piso, paseo largo hacia ahí, abajo, donde ella vive en una torre con su madre, que no me quiere. Nada de relato, fuga purísima de todo lo que me guardé en los últimos cuatro años. Escribí, lejos del planeta, hace tres:

No vas a estar nunca más
leyendo en la puerta de la heladera
las notas que hice
para que abras los ojos
apenas
en el salto de viento frío
que nos separa del mundo.

Whisqui

En el humo del verano que se distribuye por el centro como un espiral de fuego y la lluvia que no viene, no llega. Ayer, por las torpes mañanas nuevas, volqué pava porque rompí termo (hace ya un mes) y el espacio cuadriculado debajo se cubrió de agua caliente en una pendiente pronunciada: quién pudiera limpiar todo prolijamente. Todo aquello que la lengua fue enrulando y escribí, hoy parece casi cristalino, en una tensión muscular donde extrañamente falta por primera vez la música, "sin saber qué escuchar". ¿Por qué, habiendo tantos directores malos, que se mudan levantando la hipoteca cuando estrenan porquerías, se mueren los buenos? Bielinsky, un hombre bueno, judío y exalumno, que sabía sobre la luz. Juan Pablo Rebella, uruguayo y del setenta y cuatro, se suicidó en Montevideo luego de mostrarnos algunos rincones secretos. Mañana iré a revisar que hizo, con subtítulos, Lasseter antes de que Disney se quede con todo. Hora de no ver.

Primer día

Ahí, entre el verde y las rejas, las voces de la orilla hacia la plaza. Nada de residencial, por supuesto. Belgri "R" envía al ferrocarril por el corazón del borde santafesino: Rosario. Hasta esa dirección se traslada la letra inicial, que todos los vecinos confunden con residencia. Por la mañana nueva de la mente, que es un descubrimiento casi abandondado desde los días dorados en que arrastrábamos el saco por la calle Alsina aún de noche, fluyen otros líquidos y nuevos bríos. Ayer incluso "desayuné" (?) un jugo de naranja con un solo hielo y algo de pan en ese cruce de plazas y bares y vías de la estación R. Mientras el verano empieza para mis hermanos mayores en bruklin, la franja que bordea al río para el norte acá y ahora (mismo) hace de pista de aterrizaje para la bruma y la humedad del invierno, repleta cuando baja en la avenida. Antes de llegar del edificio más lindo de la ciudad, el círculo del sheraton hospital de niños parecía la batiseñal. Entre docenas de voces nuevas que escuchamos y planes y casets, terminó la primera jornada del año nuevo chino, sin empanadas ni vino, en Broccolino.

Simpatía

El primero sueño en un orden amable, cuando los magnetos llegan para traer un poco de horas seguidas subiendo a flote: desordené átomos tuyos... La única certeza aquí es un "estado", que recuerdo a varios husos horarios al oeste: cuando uno se encuentra gobernado por las fuerzas dramáticas del océano que, oh, se llama como la paz, duerme mínimo ocho horas juntas. Ocurre que, a veces, cuando el lugar acompaña y la compañía ayuda, es demasiado, y el cuerpo ya no aguanta tanto clamor natural, tanta historia transparente, tantas olas y hay que permanecer despierto para no caer rendido a los pies del poseidón en ese caminito. Ayer, en una noche larga, subió la espuma de la simpatía en un ambiente repleto de humo que el maestro Gori organizó con música perfecta y el sabor dulce de lo posible, en los sótanos de la calle Rivadavia donde vi, quizá por última vez en vivo, tocar y exhalar palabras más palabras menos el peluche killer show que él comandaba con demasiada clase. Shalom.