Excusas para viajeros

Era así, cuando todo se desencripta, el paso es llano. Ayer la causa limeña por la mañana cenital y la jalea por la noche, después de pasar por el brillo y el agua del sur del atlántico. ¿Cómo hablarte para que me entiendas? Rompí el hechizo cuando llegué de la función, dispuesto sin duda a probar la dirección teatral, con el valor de los hombres fuertes. Se acabaron esos meses de silencio. Escuché que fuiste a un fogón con vinos y batatas asadas en los cimientos del Pabellón cuatro, te cubriste otro día de neblina, al siguiente paraste a tomar en la juguería de lavalle un combinado de mis preferidas. Pusiste "mi novela autobiográfica" cuando te había parecido en mi subsuelo una canción mhmmm más o menos. Dibujaste y creíste que me entendías más todavía, y yo partí la obsesión en dos como una cáscara. Dije que soñé y había dejado de hacerlo, pero después, ayer lo hice: una casa en el distrito de columbia, con un baño enorme, revolcándonos. Te hiciste atleta, yo me escapé de nuevo.

Infusiones

En el embrujo de palabras que me fueron rodeando estos días, de bocas ajenas y muy cercanas, cruzadas, afines, algunas dolorosas, otras que descubro. Toda la sensibilidad se trepa a la montaña y crece, se abruma, el tren está por llegar pero en algún lugar del universo ya partió. ¿Alguna amistad queda? Es el amor, el de la esfera, que le responde "presente" para sacarla de lugar y volver a escribir lentamente. Cada noche, cuando escucho la risa de esa galaxia, una paz de inseguridad frenética trae el astronomy domine y me calmo. Resumen, porteño, de calendarios quebrados en botes que vuelven, con la intimidad de unos escalones y ese borde que no es leblon pero oh, se parece, tan permeable. Tan mezclados.

Ella

Volvió y se acabaron los desvelos y las mantas. Todas las alegrías y algunas alergias en el brote verde de la plaza, hoy mismo, ayer cuando nos conducíamos con Damián desde una quinta, ebrios, al palier del edificio de separado de mi padre para dormir en el sillón las horas en el medio. Aquella proyección que impulsé de dip traut ante los ánimos caldeados, la olla de ensalada y chablis, las discusiones perfectas bajo los árboles del día de la quinta de María. También, por supuesto, en este siglo, las camisas manchadas de mostaza cruzando la nueve de julio, vestida para matar sin volumen, el abrazo frente al teatro que ahora se cierra un año y medio.
O cara baiano le pone letra:

eu não me arrependo de você
cê não me devia maldizer assim
vi você crescer
fiz você crescer
vi cê me fazer crescer também
pra além de mim

Os ontem, todos

El pasado reciente como una píldora. Ahora los haribo, españoles como mi insistencia con ella en los minutos y los segundos, se van acomodando: son más duros y tienen un poco menos de sabor pero ya sabemos que la península será siempre mejor que prusia. Releo la charla de la despedida, larga y atómica, doy el consejo de los anónimos: no llamar es como un programa de doce pasos cumplidos. Al día siguiente, cuando la conversación se vuelve insípida, doy vuelta una página que también guarda a esa píldora y a otra del pasado remoto y pego un salto, en la renovación. Por la noche: todo brilla colgado entre zafiros, bajo el árbol que ilumina desde el patio, tu voz que trae las sonrisas y los abrazos. Es sin dudas y por suerte el amanhã, limpio, de música contada, donde habita el recuerdo, pero de playas nuevas. Por suerte. ¿Una noche cualquiera/como la primavera?

Menos de la mitad

Un tiempito el blogger no anduvo de maravillas. Mostraba un blanco espacioso y nada más. Ahora se arregló, sin razones. Justo días de acciones y transformers. Volvió esa noche con Irantzu y su voz aquí a unas cuadras, y con este encuentro eterno de tres días entró la luz, e iluminó toda
tu cara.

Sabores

De nuevo, la música que zumba en los barrios. Con la guía del vehículo a gas y el humor siempre burbujeante de uno de mis amigos hermanos, llegué al fin para conocer su templo control room donde las notas más agudas y las sesiones más inquietas quedarán: hermano mayor y de cemento del que bauticé pad (pibas & audio digital), enclavado de la calle Heredia. Rutina voluntaria, salida de día con falsa humedad y sol apenas nuevo, seguí por Chacarita bordeando el sacro Los Andes. Luego, con otra compañía y ojos claros, resultó en turno más vespertino y acogedor la escucha de las maravillas que un sabio nos regala. Con muchos jugos, incluso el pindapoy de tres sabores no tan fácil de encontrar. La música continuó en la algarabía plástica de un estudio de foto, una voz que en clave ar and bi me susurró versión de "Nostalgias", horror para Cobián pero belleza a esas horas y esos vinos. El borde fue de madera, en subsuelo del barrio, con humo comprimido y una despedida pequeña pero untuosa. El prisma del licor de melón.

Verano, aquí

En el impulso del día, aunque el centro indique un invierno de río por abajo de las rodillas, insistente y un poquito cruel. Habían puesto una discoteca adentro de las ruinas de un banco del dos mil uno, y aunque fue hace muy poquito tiempo el frío perforaba los contornos y los sacos largos, de lana apenas gris: justamente en los vaivenes de las temporadas, como ésta, de granizo rocoso y soles que no terminan de indicar hacia donde cae la avenida. La hermana con el pircing en la lengua y los besos enroscados en la parte de abajo, porque están las bóvedas, y hasta esa noche algunos pasos bailé. De regreso a casa, las botellas entre los brazos y el frío ahora aterrador, todos en fila caminando para mezclar infusiones y bombay zafiro: la mañana. Vuelven, con las primas, las semanas pasadas, un llamado genial que ecualiza, el mundo común, la hermana apenas mayor y definitiva. Todo para decir que le envié por correo de regalo la verdad sobre las estaciones. Llega, ahora, la canción número once a tamaña declaración.

Algo, algo más

No es lo mismo, claro. En la esfera del presente orbitan tipos de zona norte que repiten "entiende" cada dos minutos, y nosotros entendemos que sus dedos se entrelazan con Miss Pando; con aventurosos que ofrecen candidaturas como tiquets de descuento. Ayer, en el domingo más frío del fin del invierno, le estaba explicando a una amiga por qué miré "El Teatro De Darío Vittori" que Crónica TV mágicamente programa por escenas (a veces, por cuadros) intercalando con videotapes de carreras o noticias que devuelven la fecha: el triunfo de River. La obra era un vodevil de los de siempre, con puertas y pasillos, solamente en el estudio dos espacios con escenografía de alfombras en Estrellas Producciones en la calle Riobamba, c. 1988. Lydia Lamaison brillaba en su balbuceo y sus manos por el aire, tratando de usted a un hijo que debía tener la misma edad. La obra se llamaba "La mujer de mi vida". Ella, madre del tano, dando clases de expresión en un envío sin importancia de un ciclo plomo de la tv comercial que todavía se permitía esos relatos. Las razones, mi amor profundo por los productos audiovisuales de la cultura popular argentina, son las mismas por las que vi sin seleccionarlas especialmente la mayoría de las películas donde participó este cretino. Pero no es lo mismo, por supuesto. Una vez lo distinguí empancartado donde nace Cabildo, cerca de la tumba del dictador, clamando como en misa de Famus para que lo dejen salir. Las huestes de Pando perdieron un soldado. Por suerte, Rafecas gracias, van entrando en la sombra definitiva de a uno y para siempre.