Estoy comiendo naranjas con la mano, después de un fin de semana movedizo

Todos le pedimos que vuelva a conectar su blog al mundo, le rogamos a Dina que vuelva, entre tragos ácidos de seven up y sonrisas cómplices al fondo de la librería. Ella respondía con miradas esquivas, sexi en su reinado, como evita en el exilio del viaje donde vio al Franco que Juan Perón solo conoció un día: nadie sabe por qué, antes de volver justito. Entonces: el viernes del reencuentro y los sillones que me llevaron al entrepiso aquel, donde te reconocí por tus botas, y la salida al frío de la noche del día sin saquito por la gélida Avenida, la única posible. Mhmmm. Llegó entonces, en fastforwar, ese tipo amargo y bostero que, en su desazón, puso dos pases buenos para que ganemos al áfrica profunda y las reflexiones sabias de mi hermano Iván en el futón del costado cuando vino a casa, luego. "Cuando se terminan los nombres raros de mis amigos y mis amigas, empiezan los apellidos. Nunca se acaba", exclamó sacándose la campera inflada. Mi preferida es Ona, una especie de yoko doblemente femenina, cuando a la original encontrale la femineidá si podés. Después, y claro que importará el después, llegaron las pibas de Corrientes y Junín, en este caso provincia y pueblo, la mínima danza, los grados centígrados y el domingo de sol. Apenas.

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