Leo

El capitán de su barco se fue, entre la tristeza profunda de todos nosotros, unidos y en silencio. No llegamos nunca a la cima del Lanín, pero sacamos las mejores truchas en esa década: mi cumpleaños allá en el lago tuvo por él a los beatls en plástico sobre chocolate amargo. Fue muy difícil escribir estos días, y como diría Arturito (que lo quería mucho) todo lo que hablamos entra de nuevo en nuestras bocas. Quizá un mejor recuerdo, que saldrán de a poco, con los dedos congelados: tantos lo preferían como padre y abuelo a los propios, con el humor cristalino y la lucidez. Antes de la despedida me preguntó, enorme, si me acordaba de las misiones vespertinas a las casas en construcción. Claro que me acuerdo, cuando entrábamos como un patrulla republicana del verano del treinta y siete para asaltar viviendas no terminadas de los vecinos próximos en la calle tritones. El dolor, acá y allá, que no se explica.
Chau, por supuesto: Hola.

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